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EL PUNTO DE PARTIDA
El 24 de junio de 2018, hacía las maletas y junto a mi familia me iba a Canadá. Aún no lo sabía pero me iba en busca de la biblioteca pública del siglo XXI. En busca de una nueva definición del concepto biblioteca pública.
No creo que nadie discrepe conmigo cuando digo que en el subconsciente colectivo existe una idea muy concreta de lo que es una biblioteca pública: un lugar donde hay libros y se va a leer en silencio.
Pero, ¿qué es una biblioteca?, ¿para qué sirve una biblioteca?, ¿qué puede pasar en una biblioteca?
Nada más llegar a la Biblioteca Pública de Referencia de Toronto mis sospechas se confirmaron: las bibliotecas ya no son lo que eran (gracias por el slogan amigas de #bibliotequesinquietes, necesitamos trabajar juntas y en equipo para cambiar las cosas) y en Canadá hace tiempo que se han dado cuenta de ello. Allí podíamos encontrar cápsulas cerradas y acristaladas para estudiantes, zonas de charla, zona de comida, escenario para conciertos y representaciones teatrales o recitales de poesía, salas para grabar video, audio y hacer talleres de todo tipo (cursos de cocina incluidos), espacio de proyección y presentaciones, más de 100 ordenadores a disposición de los usuarios, puestos para atender a los inmigrantes y ayudarles a normalizar su situación (alojamiento, cursos de idiomas y empleo) y sí, esto era en la planta baja, donde también había una cafetería, una tienda y un pequeño lago artificial; en las plantas superiores estaban las estanterías con los libros, y en la última planta, el área de archivos.
Entonces, ¿qué era lo primero que veían los usuarios al entrar? Un espacio amplio, diáfano, que ellos podían rellenar de contenido. Y, ¿por qué esta declaración de intenciones?, ¿por qué no poner libros y estanterías en la entrada? La respuesta puede parecer simple pero no por ello es sencillo hacer llegar el mensaje, la tradición pesa, y más en nuestro territorio donde el sector editorial ha tenido una fuerza específica tan importante, insisto, en la planta baja no había libros y estanterías porque el mensaje que querían dar era bien claro: las bibliotecas son más que libros, son personas, ven a usarlas y a disfrutar de ellas, además, tu opinión nos importa.
Y, ¿por qué llegaron a esta conclusión? Porque las bibliotecas están en plena crisis de identidad y lo que en el pasado fue el centro del conocimiento, el núcleo: el libro físico, ahora se ha convertido en un hecho colateral a causa de la revolución digital y del cambio en las necesidades de la ciudadanía. En Toronto la ciudadanía no va necesariamente a la biblioteca a buscar un libro, esta es una posibilidad más entre otras muchas posibilidades.
La Biblioteca Pública de Referencia de Toronto no fue más que el primer paso del viaje. En otro artículo que escribí para SIMILE doy una descripción más pormenorizada de lo que me encontré en las bibliotecas del área metropolitana de Montreal, en Quebec. No hay más que leer el título para hacerse una idea de lo que allí me encontré: Makerspaces en la biblioteca del siglo XXI: Una aproximación Quebequense.
Para resumirlo brevemente comentaré que el gobierno de Quebec, para abordar la alfabetización digital de la sociedad civil, estaba promoviendo, mediante ayudas económicas y apoyo institucional, la creación de Makerspaces en las bibliotecas públicas de toda la región.
Como es de imaginar volví a Valencia con la cabeza llena de ideas.
Llena de ideas y con la certeza de que existe una realidad bibliotecaria diferente ahí fuera, un mundo que va más allá del de los libros, y que podemos y debemos trabajar con él sin complejos.
EL MARCO FILOSÓFICO VITAL DE NUESTRA PROFESIÓN
Al llegar a Montreal una de las cosas que más gratamente me sorprendieron fue descubrir la necesidad que tenía de hablar. ¡Cómo necesitaba hablar de la carga de profundidad de nuestra profesión, de la función filosófica vital de nuestra profesión! De que nuestra profesión podía y debía ayudar a cambiar la vida de los demás más allá de los procesos meramente técnicos. Podía ser bibliotecario y aspirar a defender los valores humanistas que defiendo como ser humano.
En este sentido fue de vital importancia encontrarme con la que hasta ese momento era la Directora General de la Corporación de Bibliotecarios Profesionales de Quebec: Pascale Félizat-Chartier. Fue ella la que me habló del libro de David Lankes, Expect More, de que los cambios son lentos, de que es la ciudadanía quien decide qué es o qué debe ser una biblioteca pública, del tercer espacio, de la biblioteca fuera de los muros, de la biblioteca social, de la alfabetización digital y los makerspaces, de las funciones, las competencias, la formación y los nuevos retos de los bibliotecarios, de la importancia del voluntariado para fortalecer las demandas de la profesión y su profesionalización, de la importancia de tener aliados para cambiar las cosas y conseguir objetivos. Y todo alrededor de la gran pregunta del millón: ¿qué es hoy en día ser bibliotecario?
Porque, ¿cuáles son nuestras responsabilidades reales frente a la ciudadanía? ¿Qué debe esperar de nosotros la sociedad civil? ¿Cuáles son las características que en última instancia certifican nuestra valía frente a la comunidad? ¿Qué nos hace imprescindibles? Toda profesión que pretenda ser tomada seriamente merece hacerse grandes preguntas, albergar grandes expectativas para las bibliotecas públicas ¿no?
LA NECESIDAD DEL VOLUNTARIADO, DE LAS ALIANZAS PROFESIONALES Y DE UN PLAN DE ACCIÓN
Al volver a Valencia empecé básicamente a buscar personas con las que poder hablar. Personas con las que hablar libremente sin que a los dos minutos me hubiesen desautorizado o hubiesen perdido interés en lo que le estaba contando. Tuve la suerte de encontrar dos grandes interlocutoras.
Por un, lado Alicia Sellés Carot (Presidenta de FESABID), quien había respaldado mi proyecto de biblioformación en Montreal (recomendándome que lo presentase a las ayudas GIA del COBDCV), y, por otro lado, María Díaz Tébar (Bibliotecaria Escolar Freelance), con la que acabé creando el grupo de acción Bibliotecàries Salvatges. Fueron las dos primeras personas con las que quedé al volver a Valencia. Fueron las dos primeras personas con las que pude empezar a hablar sin miedo y en profundidad de la biblioteca del siglo XXI. Había llegado el momento de ponerse en marcha.
Quedé con María Díaz Tébar en el Rivendel y le dije: quiero montar un grupo de trabajo de bibliotecarios independientes para pensar en la creación de una biblioteca del siglo XXI. ¿Dónde? Me preguntó ella. No lo sé aún, le dije, pensemos en un marco general que nos permita implementarla en cualquier sitio. A la semana siguiente se constituyeron les Bibliotecàries Salvatges: tres bibliotecarias (María Díaz, David Azorín y yo mismo), una archivera (Ana Álvarez), y una arquitecto (Javier Molinero). La pregunta seguía rondando:
Una biblioteca del siglo XXI, sí, pero, ¿dónde? Pronto lo iba a saber.
Durante mi estancia en Montreal recibí, en mi cuenta de facebook, un mensaje de Ramón Marrades: me interesa mucho el proyecto que estás haciendo sobre las bibliotecas públicas de Montreal, cuando vuelvas llámame y hablamos.
Quedé con él a desayunar un día y le dije: hemos creado un grupo de trabajo para poner en marcha una biblioteca del siglo XXI. Me dijo, me interesa mucho esa idea, ¿por qué no me presentas un proyecto de un prototipo de biblioteca del siglo XXI para La Marina de Valencia?
En ese momento se puso en marcha el proyecto BED (Biblioteca Expandida Deslocalizada) para La Marina de Valencia.
Por esas mismas fechas me reuní con Alicia Sellés, en aquel momento aún era presidenta del COBDCV. Totalmente convencido de que para cambiar las cosas en el mundo bibliotecario tenía que echar más horas de voluntariado me puse a disposición del COBDCV. Le dije que lo mío eran las bibliotecas públicas. Me contestó que en el Col·legi existía la Comisión de Biblioteca Social y que precisamente en ese momento estaban preparando una campaña para modernizar la imagen de las bibliotecas. Una vez más la casualidad quiso que en mi primera reunión se estuviera hablando del marco general de lo que sería la campaña #bibliotequesinquietes: el slogan, el manifiesto y la imagen. El equipo de trabajo con el que llevamos a cabo este proyecto fue el siguiente: Laura Albalat, Dolors López, Amparo Pons, Ana Valdés, Josep Daràs, Alicia Sellés y yo mismo.
Pero yo tenía más cosas en el tintero. Algunas se diluyeron en la imposibilidad, como por ejemplo la propuesta de, aprovechando mis contactos con Quebec, hacer una serie de charlas alrededor de la Biblioteca del Siglo XXI respaldadas conjuntamente por el COBDCV y La Marina de Valencia. Combinar la experiencia Quebequense con los contactos que había hecho en España con el MedialabPrado o la biblioteca UBIK de Donostia. De esa idea inicial quedó finalmente mi participación en el Placemaking Congress que organizó La Marina de Valencia y donde realicé un taller para los asistentes que se inscribieron llamado 21st Century Library.
Otras iniciativas, como la serie de charlas que organicé junto a Inma Pérez Burches sobre Librerías y bibliotecas: retos de futuro, se concretaron satisfactoriamente. Y finalmente algunas, como la publicación por el COBDCV de la traducción en castellano y en valenciano del libro de David Lankes Expect more: Demanding Better Libraries for Today’s Complex World, siguen pendientes de concretarse.
HACIA LA BIBLIOTECA DEL SIGLO XXI
A medida que iba preparando mi taller sobre la biblioteca del siglo XXI para el Placemaking Congress y conforme les Bibliotecàries Salvatges fuimos poniendo en marcha el proyecto BED, se fue asentando en mí la idea de que en estos momentos definir qué es una biblioteca del siglo XXI es una tarea compleja. En estos momentos es un término con los contornos muy difuminados. Por eso hemos de tener en cuenta que la definición no va a venir dada por una sola mirada sino por un conjunto de miradas y, además necesitaremos, no solo la mirada de los profesionales de la información, sino también una mirada multidisciplinar que deberá incluir, además, la mirada de la ciudadanía.
Aun así, tanto del taller para el Placemaking Congress como de la experiencia BED se pueden sacar algunas conclusiones que pueden indicar un camino a seguir, ideas sencillas, ideas modestas sobre las que asentar proyectos más ambiciosos (no por ser sencillas dejan de ser impactantes) para enmarcar lo que puede ser la biblioteca del siglo XXI. Así que, todos deberíamos hacer este ejercicio, la biblioteca del siglo XXI puede ser:
- Algo tan básico como plantear un espacio diáfano
- Algo tan básico como plantear un espacio de descanso.
- Algo tan básico como ofrecer el uso de un mobiliario flexible: coge esta silla y siéntate donde quieras, coge esta mesa y llévatela donde estés más cómodo.
- Algo tan básico como plantear un área de juegos (de mesa, inteligentes, de ordenador).
- Algo tan básico como plantear una colección digital acompañada de dinámicas de trabajo y de animación lectora.
- Algo tan básico como dinamizar desde una perspectiva pedagógica cada una de las secciones de la biblioteca del siglo XXI.
- Algo tan básico como plantear talleres de aprendizaje manual progresivos en el tiempo (es decir tender a desechar los talleres puntuales para cubrir expediente).
- Algo tan básico como plantear talleres de alfabetización digital y no solo para entender los secretos de funcionamiento de la red sino también para aprender a manejarse con softwares y hardwares de todo tipo.
- Algo tan básico como pensar en una biblioteca como un tercer lugar.
- Algo tan básico como pensar en una biblioteca como un espacio de debate.
- Algo tan básico como pensar en una biblioteca fuera de sus muros.
- Algo tan básico como pensar en una biblioteca social (inmigración, empleo, alojamiento, integración, etc.)
- Algo tan básico como un panel donde la ciudadanía pueda expresar su opinión sobre lo que una biblioteca pública debe ser.
- Algo tan básico como un lugar donde la ciudadanía quiera venir a, simplemente, estar. A ser.
EL COLOFÓN
Me gustaría decir que el camino a recorrer es fácil y sencillo pero mentiría, en realidad, la batalla es ingente, y no solo por la revolución interna que ha de experimentar el mundo de las bibliotecas, sino también porque, seamos realistas, la sociedad en la que vivimos es una sociedad lúdico-festiva orientada al consumo de masas. En esa batalla campal la oferta cultural de calidad y hecha con seriedad tiene las de perder.
Cada día millones y millones de euros se gastan en propaganda para que la gente consuma. Profesionales de todo tipo, en su grandísima mayoría, consideran que en su tiempo de ocio lo que quieren es olvidar. No les importa la música que escuchan, no les importa el lugar donde están, aunque si es bonito mejor, les importa el sentido hedonista de la vida. En el sentido más vacío de la palabra, sin un criterio que vaya más allá de la diversión. Y es justo ahí donde debemos encontrar nuestro lugar. No debemos seguir huyendo de los espacios donde se producen las batallas por conquistar público.
No podemos seguir esperando sentados que la gente venga a nosotros, somos nosotros los que debemos concienciar a la ciudadanía de que nuestra propuesta es un bálsamo frente a tanta vacuidad consumista. Solo a través de la voz de la ciudadanía conseguiremos que los políticos atiendan, respeten y cuiden nuestro maltrecho sistema bibliotecario.
La biblioteca del siglo XXI debe reafirmarse como una institución defensora de lo social, como un ente regulador, un contrapunto social en los espacios donde el capitalismo salvaje campa a sus anchas. Es complicado pero unidas podemos.
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Autor: Néstor Mir Planells, Bibliotecario, músico, escritor y dinamizador cultural. Trabaja desde el año 2009 en la Biblioteca Pública del Estado de València donde puso en marcha la remodelación conceptual de la sala infantil-juvenil y las actividades culturales de la biblioteca. Actualmente trabaja con diversos grupos de personas en proyectos para la redefinición del concepto, el significado y las funciones de la biblioteca pública del siglo XXI y del servicio público nacido de la demanda de la sociedad civil. E-mail: nestormirplanells@gmail.com